Viaje a la luz del Cham by Rosa Regàs

Viaje a la luz del Cham by Rosa Regàs

autor:Rosa Regàs [Regàs, Rosa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1994-12-31T16:00:00+00:00


El Crac de los Caballeros.

Cerca ya de Tel Kalay se divisa en lo alto de la cordillera la silueta de una fortaleza impresionante. Nos internamos entonces en un valle que asciende serpenteando entre pueblos más prósperos, aunque el paisaje urbano y rural no cambia. La gente seguía en la calle, los niños se jugaban la vida ante el coche y a veces teníamos que detenernos porque una vaca se negaba a moverse. Chopos, nogales, frutales en flor, las alfombras en el balcón en una eterna limpieza a la que no importan las basuras desperdigadas en la calle fangosa.

Cantaban los pájaros en las frondosidades verdes de los montes mientras seguíamos ascendiendo, atravesando pueblos y riachuelos y molinos de viento con aspas de metal, como los que todavía se encuentran descascarillados en España, apenas una ruina que aparece de pronto en el paisaje. Y me preguntaba si un día nosotros volveríamos también a ellos para ahorrar energía, como los sirios van haciendo, porque pasamos a continuación por una fábrica de herramientas que produce energía solar para sí misma y para suministrar la necesaria a los pueblos adyacentes. Más casas a medio hacer en espera del hijo o el hermano o el marido que ha de volver con el ansiado dinero para el segundo piso, casas entre viñas, naranjos, olivos, cerezos, adelfas, granados, higueras y ropa tendida y gallinas por los prados y más calles sin asfaltar. Iglesias, pocas mezquitas ahora, con cúpulas sobre columnas y campanarios que dejaban ver las campanas al trasluz. Y como en todo el mundo las mujeres, dobladas sobre la tierra trabajando en el campo, mientras los hombres tomaban té y hablaban con los amigos en la puerta de la casa. Setrak dijo que los hombres han de descansar para poder hacerles hijos a las mujeres, no menos de diez o doce, añadió, y sonrió mirándome por el rabillo del ojo con tal picardía que se le cambió por completo la expresión de la cara.

—¿Para qué tantos? —pregunté para desviar la intención.

—En la ciudad no hace falta tener hijos —respondió—, pero en el campo los hijos son manos para trabajar.

—¿Los hijos o las hijas?

Setrak devolvió su rostro al entrecejo habitual consciente de que había resbalado y estaba hablando por boca de sus abuelos. Yo miraba a los muchachos que ya desde jóvenes, desde niños casi, aprenden a sacar el taburete y la mesa a la puerta de la casa, bajo la parra, para charlar y comer pipas y pistachos y tomar el té con los amigos, como sus padres. Las chicas, en grupos, iban y venían del campo con bultos y cestas en la cadera o en la cabeza, o se doblaban sobre las lechugas que luego colocarían en cestas y cargarían en el carro para que fueran ellos los que las llevasen al mercado, las vendiesen y guardasen y administrasen a su conveniencia el dinero ganado.

El Crac de los Caballeros me sorprendió. La fortaleza es mucho más impresionante y hermosa de lo que yo esperaba. Es una



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